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The Daily Cardinal Est. 1892
Tuesday, May 21, 2024
Viviendo en el infierno

Caitlin Gath

Viviendo en el infierno

¿Hay alguien a quien realmente le guste vivir con otras personas? Porque en mi opinión es la experiencia más incómoda que un estudiante de universidad tiene que soportar.

En un mundo perfecto, compartir un piso con alguien es un idea estupenda: ellos o ellas te dan la posibilidad de pagar menos por el alquiler y las facturas se reducen notablemente. Por supuesto también es agradable cuando alguien está en casa cuando llegas a tu apartamento después de un día largo de clases. También ellos pueden elevar tu vida social, porque en realidad las fiestas no son divertidas con solamente una persona. Incluso, cabe la posibilidad de que los compañeros de cuarto lleguen a ser tus mejores amigos.

Mientras todos estos casos son perfectamente posibles, a mi nunca me han pasado. En mis cuatro años viviendo en la ciudad de Madison, he tenido la mala suerte de tener que vivir con las peores chicas de esta universidad. Ya sabes al tipo de chicas que me refiero —las chicas que entran en casa y van a su cuarto inmediatamente, y que actúan como si ellas fuesen el centro del mundo porque el resto del universo necesita atenderles en todo momento.

El colmo de esta situación ocurrió el año pasado con dos chicas, a quien yo llamaré Anastasia y Drusilla (sí, esos nombres son los mismos que en la película Cenicienta) para proteger sus identidades. No diría que en este caso yo soy Cenicienta, pero en momentos dados si que llegaban a parecerse a la bruja malvada.

A y D eran pesadas y arrogantes, siempre hablaban de como no podían vivir la una sin la otra. Está claro que las chicas, en general, son conocidas por actuar —en términos desagradables—como unas auténticas zorras, ¡pero estas chicas se llevaban la palma!

Sin embargo, la cosa que más me molestaba era el hecho de que ellas fueran tan o más sucias que un chico y que no les importase para nada vivir en la mugre, con migas y platos sucios y comida asquerosa en el fregadero, día, tras día y tras día.

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No quiero sonar como una niñata pero me gusta cuando el apartamento—el único lugar que yo puedo llamar mío—está limpio. Por este motivo, mi trabajo era limpiar y hacer los quehaceres para que nuestro apartamento no fuera un basurero. Sé que tendría que tener más paciencia pero hubo cosas que me sacaron de quicio. Como cuando por ejemplo ellas se fueron a Florida durante una semana y dejaron toda la basura de una fiesta en la cocina, o cuándo ellas cambiaron todos los objetos del apartamento al azar después de que yo lo limpiara todo, o cuándo nos mudamos del apartamento y mi madre y yo tuvimos que limpiarlo de arriba abajo para no perder el dinero del depósito de seguridad.

No quiero decir que yo sea la compañera de piso perfecta, pero de verdad que solo puedo esperar que todos vosotros tengáis mucha más suerte que yo en buscar un compañero de piso que no sea sólo un amigo, pero mucho más. Y un consejo para todos: escoged una persona con la que podáis comunicaros, y lo más importante, no tengáis miedo a decir cómo os sentís se cuándo la situación no está en vuestro favor.

¿Quieres vivir con Caitlin el semestre que viene? Está buscando compañeras y compañeros de piso. Envíale un e-mail a gath@wisc.edu.

 

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